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Asamblea de la Campaña Mundial por la Educación: Johannesburgo

Transformar la educación: escapar de las trampas de la pobreza

Asesor Especial, Secretario General de la ONU, Cumbre sobre la Transformación de la Educación

  1. El reto al que nos enfrentamos: una crisis de equidad, de calidad y de pertinencia

La pandemia de la COVID asestó un duro golpe a los sistemas educativos de todo el mundo pero, mientras nos esforzamos por recuperarnos del impacto educativo de la pandemia, sería un error limitarse a recuperar las pérdidas y volver a donde estábamos en 2019.

Lo cierto es que, incluso antes de la pandemia, la educación se enfrentaba a una crisis global que es, de hecho, una triple crisis: una crisis de equidad, ya que millones de personas están sin escolarizar; una crisis de calidad, ya que muchos de los que están escolarizados ni siquiera están aprendiendo lo básico; y, por supuesto, una crisis de pertinencia, ya que muchos sistemas educativos no están dotando a las nuevas generaciones de los valores, conocimientos y habilidades que necesitan para ser ciudadanos activos en el complejo y rápidamente cambiante mundo actual en el que vivimos.

  1. La educación que necesitamos: una educación para toda la vida

Para hacer frente a esta crisis, debemos reimaginar y transformar la educación para que apoye a los alumnos en cuatro capacidades clave:

En primer lugar, deben aprender a aprender. Todos los alumnos deben desarrollar su capacidad de leer y escribir, de identificar, comprender y comunicarse con claridad y eficacia. También deben desarrollar conocimientos y habilidades numéricas, digitales y científicas. La educación también debe inculcarles la curiosidad, la creatividad y la capacidad de pensamiento crítico y cultivar las habilidades sociales y emocionales, la empatía y la amabilidad. Esto es esencial para desarrollar su capacidad de hacer frente a la complejidad en un mundo cada vez más incierto.

En segundo lugar, deben aprender a hacer. A medida que el mundo laboral pasa por cambios rápidos y fundamentales, también debe cambiar la educación, a fin de preparar a todas las personas para los retos del futuro, como en economía ecológica, digital y de cuidados, además de ofrecerles oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida tanto en la educación formal como en la informal.

En tercer lugar, y este es un reto mayor para los sistemas educativos, deben aprender a vivir juntos. En un mundo en el que aumentan las desigualdades, se incrementan las tensiones, se resquebraja la confianza, se debilita la cultura democrática y se produce una dramática crisis medioambiental, la educación debe ayudarnos a convivir mejor entre nosotros y con la naturaleza. Esto tiene que ver con la ética, la igualdad y la justicia; con la responsabilidad cívica, la democracia y los derechos humanos; con el respeto, la comprensión y el disfrute de nuestra rica diversidad humana; y, por supuesto, con nuestra capacidad y compromiso activo como ciudadanos del mundo con los objetivos de hacer frente a la pobreza y la desigualdad y promover un desarrollo más sostenible.

En este sentido, reviste especial importancia el respeto a ultranza de los derechos humanos y la búsqueda de la igualdad de género. Esto requiere un plan de estudios receptivo al género que promueva la educación sexual y afectiva, aborde los prejuicios, normas o estereotipos basados en el género, capacite y equipe a los alumnos para combatir la violencia contra las mujeres y las personas sexualmente diversas, y garantice una salud sexual y reproductiva adecuada para todos.

Por último, y esto es algo que los sistemas educativos olvidan o subestiman muy a menudo, deben aprender a ser: El propósito más profundo de la educación reside precisamente en aprender a vivir bien, inculcando a los alumnos los valores y las capacidades para llevar una vida adecuada, disfrutar de esa vida y vivirla plenamente. La educación debe ampliar el potencial de cada alumno para desarrollar su creatividad e innovación; su capacidad para disfrutar y expresarse a través de las artes; su conciencia de la historia y la diversidad de culturas; y su disposición para llevar una vida sana, practicar actividades físicas, juegos y deportes.

  1. Transformar las escuelas, los profesores y los recursos didácticos

Para cumplir estos fines de la educación debemos transformar el currículo y la pedagogía pero, como argumentamos en la Cumbre, también necesitamos transformar tres elementos esenciales de nuestros sistemas educativos.

En primer lugar, las escuelas. La educación no se produce en el vacío. Si queremos resolver la crisis de equidad a la que nos enfrentamos en la educación, debemos transformar las escuelas para que se conviertan en lugares de aprendizaje seguros, saludables, inclusivos y estimulantes. Las escuelas del futuro, ya sean formales o informales, físicas o virtuales, no deben excluir a nadie, deben aceptar a todas las personas y hacer que se sientan bienvenidas, cuidadas, protegidas, estimuladas y apoyadas en sus necesidades y según sus capacidades. La escuela debe convertirse en el espacio y el tiempo de la integración humana, de nuestro encuentro en nuestra rica diversidad humana, sin discriminaciones de ningún tipo, burlas, abusos o agresiones. 

En segundo lugar, los profesores. Para transformar la educación, debemos apoyar a los profesores, para que ellos también puedan transformarse en agentes del cambio. Los profesores deben convertirse en productores de conocimiento, facilitadores y guías en la comprensión de realidades complejas. Deben ser formados y capacitados para trascender de pasivos a activos, de verticales y unidireccionales a colaborativos. Deben promover el aprendizaje basado en la experiencia y fomentar la curiosidad; desarrollar la capacidad, la alegría y la disciplina para la resolución de problemas. También deben guiar a sus alumnos en su aprendizaje para que se cuiden los unos a otros, afronten y resuelvan pacíficamente los conflictos y disfruten los unos de los otros en cualquiera que sea su diversidad.

Y en tercer lugar, la revolución digital. Si se aprovecha adecuadamente, la revolución digital ésta podría ser una de las herramientas más poderosas para garantizar una educación de calidad para todos y transformar la forma en que los profesores enseñan y los alumnos aprenden. Pero si no, como hemos visto durante la pandemia, podría más bien exacerbar las desigualdades y dividirnos haciéndonos cada vez más intolerantes.

El problema aquí es que se trata de bienes públicos típicos porque, si bien su producción requiere un esfuerzo significativo y un coste fijo elevado, una vez producidos pueden ser ampliamente utilizados por un número cada vez mayor de profesores y alumnos en todas partes, con un coste adicional muy bajo o nulo. Si se dejaran en manos del mercado, estos recursos se volverían artificialmente escasos y bastante caros. Por ello, debemos transformar eficazmente los recursos digitales de enseñanza y aprendizaje en bienes públicos mundiales, de modo que su financiación, diseño, producción y distribución se organicen de forma que se garantice el acceso libre y gratuito de profesores y alumnos de todo el mundo, permitiendo que los recursos digitales de aprendizaje fomenten eficazmente el intercambio del conocimiento humano desde una perspectiva intercultural.

  1. Invertir más, de forma más equitativa y eficiente en educación

Todo esto requiere importantes inversiones, y el hecho es que, en el mundo actual, no estamos invirtiendo lo suficiente en educación, no estamos invirtiendo equitativamente en educación, ni estamos invirtiendo eficientemente.

Hoy en día, invertimos aproximadamente 5 billones de dólares en educación en el mundo. En promedio, esto supone alrededor del 6% del PIB mundial. Pero los promedios engañan. Los países de renta alta representan el 63% de la inversión mundial en educación, pero sólo atienden al 10% de la población mundial en edad escolar. A continuación, tenemos a los países de renta media-alta, con el 29% de la inversión mundial en educación y el 15% de la población en edad escolar. Por otro lado, encontramos a los países de renta media-baja que, con sólo el 8% de la inversión mundial, deben escolarizar al 50% de la población mundial en edad escolar. Por último, los países de renta baja tratan de educar al 25% de la población mundial en edad escolar con sólo el 0,6% de la inversión mundial en educación[i] . A grandes rasgos, esto significa que estamos educando a tres cuartas partes de los niños del mundo con menos de una décima parte de la inversión mundial en educación.

Obviamente, esto significa que los recursos que estamos invirtiendo por persona en edad escolar son muy desiguales en todo el mundo, reproduciendo así la desigualdad educativa. A grandes rasgos, en 2020, el gasto per cápita en educación superaba los 8.000 dólares anuales en los países de renta alta, alrededor de 1.000 dólares en los países de renta media-alta, sólo 300 dólares anuales en los países de renta media-baja y apenas 50 dólares anuales en los países de renta baja[ii] . Es decir, aproximadamente un dólar a la semana. No hace falta ser un experto para entender lo que esto significa.

En los países de renta baja y media-baja, el reto de la inversión educativa sólo puede resolverse si el esfuerzo nacional se complementa sustancialmente con la cooperación internacional. En la mayoría de los países, sin embargo, esta inversión debe financiarse con recursos nacionales, porque tiene sentido hacerlo.

Invertir en educación debe considerarse no sólo una obligación moral y política, que lo es, sino también una inversión económica sensata. Hay muchas pruebas de que "la educación es rentable". Se ha demostrado que un solo dólar invertido en educación primaria y secundaria produce unos 2,50 dólares de ingresos brutos adicionales a lo largo de la vida en los países de renta media-baja, y hasta 5 dólares en los países de renta baja. Y estos son sólo los beneficios privados. Si tuviéramos que añadir el impacto económico de los beneficios indirectos de la educación, encontraríamos, por ejemplo, que cada dólar gastado en acciones para el desarrollo de la primera infancia produciría unos 13 dólares en beneficios económicos[iii] .

Pero si lo sabemos, ¿por qué los países no invierten más en educación? "No hay espacio fiscal", diría el Ministro de Hacienda. Pero entonces, ¿por qué no llevan a cabo una reforma progresiva de sus sistemas fiscales que mejore la relación entre los impuestos y el PIB y así abrir más espacio fiscal para financiar la educación? Si la educación tiene una tasa de rendimiento tan alta, debería tener sentido económico financiarla. ¿Por qué no?

  1. La Educación y la trampa de la pobreza

Para responder a esta pregunta, tenemos que entender que existe una relación muy estrecha entre el tipo de desarrollo, el tipo de economía que tiene un país y el tipo de educación que le acompaña; y esto es una relación que va en ambos sentidos.

Dicho en términos muy sencillos, cuando un país posee desigualdades y tiene una gran oferta de mano de obra muy barata, puede encontrarse en un equilibrio de bajo nivel o en una trampa de pobreza. El tipo de inversiones que atrae más fácilmente la abundancia de mano de obra barata es el de las inversiones típicamente poco sofisticadas, con baja intensidad de capital, baja productividad y poca necesidad de capital humano. Pero aun así, pueden ser muy rentables, no porque contribuyan con el aumento de la productividad, sino por su acceso continuo a recursos humanos y naturales de bajo coste. Al no necesitar una mano de obra cada vez más cualificada, los sectores económicos tienen pocos incentivos para aumentar los impuestos para financiar la educación, que se percibe como un mero gasto. La situación puede complicarse aún más cuando los países se enredan en la típica carrera a la baja, en la que terminan desregulando el mercado laboral, la explotación de los recursos naturales, devalúan sus monedas y conceden generosos y perversos incentivos fiscales para reducir aún más los costes y atraer la inversión extranjera.

Como muchos ya han argumentado, en los países donde prevalecen estas economías extractivas o de baja productividad, el marco institucional tiende a ser débil y el equilibrio del poder económico y político está significativamente sesgado a favor de rentas superiores y riqueza, que de nuevo tienden a oponerse al tipo de aumentos fiscales progresivos que serían necesarios para financiar la educación universal de calidad y el desarrollo social en general.

La educación es la única forma de salir de la trampa de la pobreza, pero las trampas de la pobreza limitan la capacidad de invertir en educación, aunque tal inversión tenga sentido social y económico a largo plazo. Los beneficios a corto plazo no lo permitirían. Se necesitará visión y, más que visión, se necesitará un movimiento capaz de alterar el equilibrio de poder, para que un país se libere de estas trampas de pobreza y se embarque en el círculo virtuoso del desarrollo sostenible: aumentar los salarios, aumentar la productividad, ampliar y mejorar la educación, hacer un uso sostenible de los recursos naturales y reforzar las instituciones políticas.

Para lograr un desarrollo sostenible, los países menos desarrollados deben transformar la educación, pero a su vez, para transformar la educación, también deben liberarse de las perversas trampas de la pobreza y de las estrategias de carrera hacia el abismo. Todos los países necesitan y merecen una buena educación para su población, para toda su población. Todos los países necesitan y merecen un desarrollo justo y sostenible.

Al fin y al cabo, se trata de ética. Y se trata de política. Se trata de cambiar el equilibrio de poder y de escapar de las trampas de la pobreza. Se trata de revertir la dinámica de desigualdad creciente. Y sí, la educación debe desempeñar un papel clave en dicha transformación.

Gracias por su atención

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[i] UNESCO, Banco Mundial: Education Finance Watch 2022, Estadísticas de las Naciones Unidas.

[ii] Ibid.

[iii] Foro Económico Mundial (2022), Catalyzing Education 4.0 Investing in the Future of Learning for a Human-Centric Recovery.

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La Campaña Mundial por la Educación (CME) es un movimiento de la sociedad civil cuyo objetivo es acabar con la exclusión en la educación. La educación es un derecho humano básico, y nuestra misión es asegurarnos de que los gobiernos actúen ahora para hacer realidad el derecho de todos a una educación pública, gratuita y de calidad.